Siempre he habitado con naturalidad el espacio de la abstracción. Me atraen las formas que no piden explicación, los silencios entre líneas, la geometría libre que respira sin representar nada concreto. En ese terreno me siento libre, sin necesidad de justificar ni describir — como si el lenguaje visual pudiera existir sin traducción.
Sin embargo, ha habido momentos donde el cuerpo humano me ha llamado con fuerza. He atravesado etapas donde necesitaba modelar rostros, manos, gestos. Tal vez porque el cuerpo también es símbolo, contenedor, emoción. Dibujar figuras humanas es enfrentarse al espejo del otro, y también al propio.
Ahora comienzo un proyecto nuevo: vuelvo a las caras, a las expresiones. No como retrato fiel, sino como ecos emocionales. Me interesa capturar lo que se insinúa en un gesto mínimo. Este retorno no contradice mi amor por lo abstracto; más bien, lo complementa. Porque en cada trazo humano hay una geometría secreta, y en cada forma abstracta, una emoción.







